Datos personales

miércoles, 2 de julio de 2014

SILENCIO

Es hora de marcharse pero mi jefe continúa en su despacho y desde aquí se le oye discutir a grandes voces. Aunque cualquiera que le escuchase pensaría que es horrible, a mí me cae bien. Me trata con respeto y nos entendemos.

- Beatriz, ¿puedes pasar un momento?

Ya había apagado mi ordenador pero si necesita algo me tocará volverlo a encender. Me siento frente a su mesa y comienza a pedirme cosas que yo anoto en mi libreta.

- No hace falta que lo hagas ahora, que te conozco. Estoy tan furioso. Siento los gritos, a veces la gente me exaspera. Ojalá todo el mundo fuese como tú. Nunca te he oído dar una voz ni protestar por nada.

Asiento con una sonrisa.

- Me gusta el silencio – digo

- Sí, lo sé, te observo trabajar en tu mesa siempre callada mientras tus compañeros andan a voces y con esas risas escandalosas. Por eso me gustas. Anda, vete ya a casa, yo me quedaré un rato más a ver si consigo terminar esto.

- Puedo quedarme a ayudarle si quiere – le digo. Si tuviese algo que me esperase en casa… pero sólo me espera más silencio.

El hombre se levanta de su sillón y se dirige a mí. Poniéndome la mano en el hombro me lo agradece pero me manda a casa. Nota mi rigidez al tocarme e inmediatamente se aparta.

- Vete a casa Beatriz, es tarde. Yo no tardaré en irme. Vete y descansa.

Me levanto y me marcho. Recojo mis cosas y salgo de la oficina. Las calles están casi desiertas. Hace un frío terrible y empieza a caer una fina lluvia que casi sin notarlo me cala por completo.

Cuando llego a casa estoy tiritando. Me quito la ropa empapada y delante del espejo me doy cuenta de lo delgadísima que estoy. Se pueden ver mis costillas a través de la piel, los huesos de mis caderas y mis prominentes clavículas. Rozo con los dedos la que fue soldada hace años. Siempre que llueve me duele y me devuelve a entonces.

- Sentaros a la mesa en silencio, vuestro padre está a punto de llegar. Ya sabéis que no le gustan las voces – dice nuestra madre corriendo por toda la cocina como una ratita asustada. Detesto su sumisión y me prometo a mí misma que nunca permitiré que nadie me someta.

Mis hermanos pequeños continúan dándose patadas por debajo de la mesa y riéndose. De repente oímos abrirse la puerta y todos enmudecemos. Observo a mi madre temblar de pies a cabeza. Es siempre lo mismo, día tras día, año tras año desde que tengo uso de razón. Aunque ese año es diferente. Es el año de mi catorce cumpleaños y mi padre en uno de sus intentos por golpear a mi madre se encuentra con el obstáculo de mi persona.
Así es como acabo con la clavícula rota. También es el año en el que mi padre descubre que hay algo que le gusta aún más que golpear a mi madre. Y es el año en el que me marcho de casa.

- Beatriz, me gusta usted porque siempre está en silencio – me había dicho mi jefe.

Yo me odio por eso, por permanecer en silencio frente a todo lo que me hace daño, por no ser capaz de gritar lo que siento, por aguantar, esperar que suceda un milagro que no sucederá y por callar lo que los demás nunca callan. A veces uno puede ser también, esclavo de sus silencios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario