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miércoles, 2 de julio de 2014

BALAS EN LA RECÁMARA


Llevaba casi media hora siguiéndole por las calles de la ciudad. A pesar de que había poca gente él no parecía haberse percatado de su presencia y caminaba embutido en su abrigo negro, mirando al suelo con el sombrero calado tratando de protegerle de la ligera lluvia que comenzaba a caer. Ella avanzaba unos metros por detrás. La cazadora de cuero rojo no era suficiente para evitar que el frío atravesase el vestido mínimo que la cubría y los zapatos de tacón empezaban a hacerle daño. Apretó el arma dentro del bolsillo y trató de que sus pasos fuesen más silenciosos.
Por fin el hombre se decidió a entrar en un bar con unas inconfundibles luces de neón sobre la puerta y la mujer entró apenas unos minutos después. Varias cabezas se giraron cuando lo hizo y eso la estremeció. Rápidamente le localizó al final de la barra con un vaso en la mano. Se había quitado el sombrero pero seguía con el abrigo puesto. Se dirigió hacia él con decisión y apoyando los codos en la barra preguntó:
¿Qué bebes? ¿Puedo acompañarte?
El la miró con indiferencia exhalando el humo de un cigarrillo recién encendido por la nariz.
─Ballantines
La extraña le quitó el cigarrillo de entre los dedos y lo puso en sus labios aspirando profundamente. Cuando se lo devolvió, una marca roja se dibujaba en el papel.
El camarero le trajo su copa después de ver el gesto del hombre indicándole que le pusiese lo mismo y al hacerlo no pudo evitar que sus ojos se dirigiesen al escote de la mujer. Seguramente pensó que aquel tío era muy afortunado. Ambos bebieron mientras ella se sentaba en un taburete y abría las piernas en dirección hacia él.
─Te mandan ellos, ¿verdad? En cierto sentido me siento aliviado. Casi me alegro de que por fin termine todo. ¿Cómo lo harás?
La mujer llevó la mano al bolsillo y rozó el arma.
─Nunca pensé que sería una mujer. No me entiendas mal. Una mujer puede ser tan buen asesino profesional como un hombre pero he de admitir que me siento algo dolido. ¿Es una magnum 44? –preguntó de repente, como si aquella información fuese muy importante
Ella asintió y bebió otro trago de whisky. De nuevo le quitó el cigarrillo y lo apuró aplastando después la colilla en el cenicero.
Deberíamos irnos ya. Confío en que no me crearás complicaciones –le dijo  apurando su bebida
El hombre suspiró e hizo lo mismo. Ojalá hubiese estado borracho. Pagando la cuenta se puso el sombrero y se dirigió hacia la puerta seguido muy de cerca por ella. Varias miradas envidiosas les vieron dejar el bar imaginando la siguiente escena.
─Ve hacia el callejón de la izquierda –dijo ella sacando por fin el arma del bolsillo y clavándoselo en los riñones
El hombre obedeció resignado. Una vez en la oscuridad ella le empujó contra la pared haciendo que diese con la espalda en ella. Después puso el cañón sobre su sien y acercándose más rozó su boca con los labios para posteriormente besarle apasionadamente. Por fin, con la mano izquierda comenzó a desabrochar el cinturón de su pantalón…

─Me ha encantado tu disfraz. ¿De dónde has sacado ese vestido tan sexy? –dijo el hombre apoyado sobre el codo y apartando las sábanas que cubrían el cuerpo de la mujer
─El toque del sombrero tampoco ha estado mal. Me costó no lanzarme en tus brazos cuando te seguía por las calles –contestó ella
Ambos se rieron y rodaron por la cama hasta que el hombre quedó sobre ella
─Era de mi abuelo. He pensado que la semana que viene podríamos ser dos extraños en un tren. ¿Qué te parece?

─Creo que Hitchcock se merece un homenaje. Y ahora, ¿te quedan balas en la recámara?

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