Aquel chico la observaba.
Acababan de pasar la estación de Sol y el vagón se había quedado medio vacío.
Empezaba a asustarse así que decidió actuar.
─¿Nos conocemos? ─ le preguntó.
─Oh, no quería molestarte. Es que… bueno, me
da un poco de vergüenza. Escribo cuentos infantiles. Hoy estaba un poco
atascado y al verte... ¿Quieres leerlo?
Ella dudó pero intrigada se sentó a su lado y
tomó la libreta.
“No existen ninfas tristes. Es algo que todo
el mundo sabe. Sin embargo ella lo es. Luna, tiene los ojos más tristes que
nadie haya visto. Grandes, negros, contrastando con su piel blanca y sus labios
sonrosados. Su pelo oscuro cae en rizos perfectos sobre sus redondeados
hombros”
─¿Y se supone que soy yo? ─preguntó mostrando
una tímida sonrisa.
Él asintió.
─¿Y qué le pasará? ¿Volverá a sonreír?
─insistió ella pasando coquetamente un mechón de pelo detrás de su oreja.
─No lo sé, aún no he descubierto el motivo de
su tristeza. Supongo que sí, es una ninfa. Es demasiado hermosa para no
permitir que sus ojos sonrían.
Ella intentó cambiar de tema.
─¿Y siempre escribes sobre hadas? ¿Has
publicado algún libro? Yo antes escribía, cosas sin importancia, historias
cortas…
─¿En serio? Si algún día me lo permites me
encantaría leerlas. Me llamo Miguel.
─Elisa ─dice ella inclinándose para darle dos besos
A la hora de las brujas, dos cuerpos se
revuelven entre las sábanas mientras unas hojas de papel garabateadas siembran
el suelo entre la ropa dispersa. Elisa sale desnuda de la cama y se dirige al
baño mientras el chico enciende un cigarrillo pensando: “Hay que ver qué cosas
tiene uno que inventarse hoy para poder echar un polvo”. Y exhalando el humo
espera a que la ninfa regrese a su lado y volver a hacerla sonreír.
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