Dicen que uno
sólo puede dormir bien cuando tiene la conciencia tranquila. No es cierto. Soy
incapaz de conciliar el sueño y no hay absolutamente nada que me remuerda.
Cansado de dar vueltas decido salir fuera de la tienda y disfrutar de la noche.
Hace bastante frío cuando se pone el sol así que cojo una enorme piel que hay
sobre una silla y me envuelvo. Fuera de la cálida cama donde ella reposa
abrigada entre las mantas el frío es aún más intenso que en la calle.
Salgo al exterior y una brillante luna amarilla sobre un cielo cuajado de estrellas parece querer ahuyentar parte de mi melancolía. La fría arena se escurre entre los dedos de mis pies y es entonces cuando me doy cuenta de que es eso lo que me ha despertado. Aún noto en la boca el sabor a arena, aún siento los ojos resecos como si alguien me hubiese arrojado un puñado directamente a ellos.
- Papá, tengo hambre – escucho de repente detrás de mí.
Salgo al exterior y una brillante luna amarilla sobre un cielo cuajado de estrellas parece querer ahuyentar parte de mi melancolía. La fría arena se escurre entre los dedos de mis pies y es entonces cuando me doy cuenta de que es eso lo que me ha despertado. Aún noto en la boca el sabor a arena, aún siento los ojos resecos como si alguien me hubiese arrojado un puñado directamente a ellos.
- Papá, tengo hambre – escucho de repente detrás de mí.
Mi pequeño de cuatro años se encuentra de pie sobre mi sombra, apenas con una camisa de fino hilo tirita y se restriega los ojos.
- Vuelve a la cama, pronto amanecerá – le digo aunque sé que la luna está demasiado cerca del horizonte como para que el amanecer esté próximo. Le engaño como se engaña a los niños, fácilmente. Me cree y vuelve a la cama que comparte con sus cuatro hermanos, tan hambrientos como él.
Quizás sea eso lo que no me permite dormir esta noche, la visión de mis hijos hambrientos dependiendo de un padre que apenas puede alimentarles. Pero las cosas cambiarán algún día, me digo a mí mismo, intentando engañarme como lo hice hace un momento con mi hijo. Mañana mismo tengo un buen trabajo que me dará algo de dinero extra.
Entonces pienso que por la mañana el sol será abrasador y que ya que no puedo dormir, quizás pueda adelantar trabajo. Vuelvo al interior de la tienda, dejo la piel en la silla y cojo mi pala. Caminó atravesando la ciudad que duerme. Se ha levantado un ligero viento de poniente que viene directamente del desierto y que arrastra granos de arena que me golpean la piel mientras camino. Al fin llego a mi destino, una pequeña colina situada a las afueras y buscando una zona lo suficientemente amplia comienzo a cavar. Como suponía, en apenas unos minutos el sudor cubre todo mi cuerpo de manera que la arena que trae el viento se me queda pegada formando una fina capa amarillenta. Siento de nuevo su sabor en mi boca y escupo varias veces para deshacerme de él.
Por fin, después de unas horas de fatigoso trabajo he terminado. Contemplo el resultado. Tres profundos hoyos, los que me harán falta al día siguiente. De repente, mezclado con el viento me llegan ligeros quejidos apenas audibles. Sé lo que son y no quiero mirar en la dirección de la que proceden. Si me marcho sin más, en breve habrán cesado. Sin embargo no puedo hacerlo y luchando contra el cada vez más fuerte viento voy hasta ellos. Me arrodillo junto al bulto que se lamenta y pongo mi mano sobre un rostro cubierto de arena que se resiste bajo la presión. Sólo dura unos segundos, la mujer enterrada hasta el cuello tres días antes muere asfixiada. Sus ojos, su nariz, su boca, todo lleno de arena. Me quedo unos minutos más de rodillas junto a ella. No es la primera vez que lo hago. Ahora recuerdo que estos lamentos que sólo yo parezco escuchar me han despertado en otras ocasiones y que mis manos han aprisionado otros rostros bajo ellas acabando con una agonía innecesaria.
De vuelta a la tienda pienso que mañana serán tres, lo han dicho hoy en el mercado. ¿Qué habrán hecho esta vez?
Me introdujo entre las sábanas y me pego al cuerpo de mi esposa.
- Ven aquí, estás helado y cubierto de arena. ¿Qué hacías ahí fuera? – me pregunta ella apretándose contra mí.
No contesto, sólo la beso y hacemos el amor silenciosamente para que los niños no nos escuchen, se despierten, y recuerden el hambre. Olvido todo de inmediato. Mañana con lo que me paguen por enterrar a aquellos tres podremos comprar verdura y fruta para todo un mes y quizás sobre aún para comprarle algo bonito a Halima, es maravillosa. En sus brazos, por fin consigo conciliar el sueño. El viento también ha cesado fuera y el desierto permanece en calma
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