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miércoles, 2 de julio de 2014

SERVICIO DE HABITACIONES

Salió del ascensor y caminó por el pasillo salpicado de puertas. El carrito parecía chirriar más que nunca aunque quizás solo fuesen sus nervios. Estaba tan ansioso… Al cruzarse con una pareja de mediana edad tuvo que obligarse a esconder sus ganas bajo la apariencia del camarero sombrío y desgarbado que era.
Ya frente a la 212 sacó la tarjeta y la pasó por la cerradura. Miró a ambos lados constatando que nadie le veía entrar y empujó el carro delante de él volviendo a cerrar. Olía a rosas. El sonido del agua en el baño le indicó que ella estaba dentro. No tenía mucho tiempo, a él le había visto bebiendo en el bar hacía solo unos minutos.
─¿Cariño? ¿Me ayudas a desabrochar los malditos botones? ─dijo ella mientras salía.
Todo sucedió muy deprisa. Sin darle tiempo a reaccionar la lanzó sobre la cama y de una bofetada la dejó demasiado conmocionada para gritar o resistirse. Cortar el organdí con el abre cartas fue lo más difícil pero a la vez lo más placentero. Sus uñas negras contrastaban con la blancura del tejido mientras las gotas de sudor que empapaba su cara se precipitaban contra el escote de la mujer. La tela al rasgarse produjo un sonido que aún le volvió más loco. Todos aquellos tules, capas y cancanes no consiguieron evitar que alcanzase su objetivo. ¿Quién podría resistirse a algo así?.
Salió de la habitación algo mareado y tan débil que tropezó varias veces. Escudriñó el pasillo y se dirigió a la salida de emergencia. Lástima que perdiese el trabajo aunque algo le decía que sucedería tarde o temprano. No encajaba entre tanta finura.

Salió a la luz y no pudo evitar sonreír al imaginar al novio llegar a la habitación y encontrarse abierto el regalo de bodas.

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