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miércoles, 2 de julio de 2014

LOS MALDITOS

Al menos desde aquí puedo escuchar las campanas de la vieja iglesia de San Andrés. Es media noche y escucho el agua de la lluvia golpear sobre las calles desiertas de la ciudad. Nadie sale de sus casas después de que se ponga el sol, todos apagan las luces, apenas se puede escuchar la respiración de las gentes de Driusden una vez la oscuridad se cierne sobre ella.

- Un día esta ciudad será el centro del mundo. Y nosotros sus dueños.

Sentados en la plaza Saint Servin, Marco y yo disfrutamos de una deliciosa cerveza negra mientras nos deleitamos mirando las bellezas que pasan frente a nosotros y que ríen tímidas y seductoras a la vez. Somos jóvenes, alegres y atrevidos y disfrutamos de una vida que nos ha dado la salud y la alegría necesaria para ello. Juntos somos invencibles. Miramos al futuro con ilusión, ambición y cargados de sueños. Marco posee las ideas que yo plasmo en mis escritos con mi particular estilo literario. Nuestras obras recorren Europa traducidas a cualquier idioma. Nada puede detenernos. Palabras atrevidas y rebeldes que escandalizan y sublevan.

Me he vuelto a quedar dormido. Aterido de frío me acurruco en un rincón y dejo que mi mano escriba en la oscuridad sobre el papel. Sé que cuando me encuentren, y eso sucederá tarde o temprano, destruirán todo lo que hallen cerca de mí. Sin embargo tengo la imperiosa necesidad de escribir. Escribir como un loco todo lo que se agolpa en mi cabeza. Espero al menos que algo sobreviva, que en algún lugar del mundo, alguien con la fuerza y el poder suficiente lo saque a la luz y cambie una vez más la historia.

- Te digo que debemos dejarlo, es muy peligroso, sabes que está prohibido y nuestros escritos han sido destruidos ya en todos lados – me grita Marco mientras comienza a romper todos mis manuscritos. Intento detenerle pero parece fuera de sí. Es el miedo que le posee el que le ciega.
- Para, detente, no haga eso. Es nuestra vida. No pueden impedir que sigamos escribiendo, no nos pueden obligar a vivir en la ignorancia. Tiene que haber alguien que termine con esta locura
Marco se detiene un momento y me observa como si no me reconociese. Sabe perfectamente a quién me refiero. Mira de un lado a otro temiendo que nos escuchen y en apenas un susurro me dice:
- Hablas de “los malditos”. Ni siquiera lo pienses. Me niego a vivir perseguido y si lo haces tú no cuentes conmigo. Ya has oído el anuncio, todo aquel que se atreva a escribir, divulgar, comunicar, informar… será ejecutado. Hay que adaptarse a los cambios y sobrevivir.
- ¿Renunciando a tus principios? – le pregunto sin poderle creer. Siempre hemos defendido nuestras ideas frente a todos. No le reconozco.

Soy un maldito. Hace años que no sé nada de Marco. Encontré a “los otros”, me uní a ellos y seguimos luchando a nuestra manera contra los que no sólo querían gobernar sobre nuestras vidas, sino también sobre nuestras mentes.


Escucho pasos, vienen, ya vienen. Se aproxima mi muerte y lo que realmente me aterra no es eso, sino que todo por lo que he luchado desaparezca. La puerta de mi escondite subterráneo se abre de repente y una patrulla “antiescritos” irrumpe arrasando con todo. Uno de ellos es apenas un crío. Me atrapan, me atan y comienzan a destrozarlo todo. El crío me mira y de repente un brillo en sus ojos me devuelve la razón. Le veo extender una mano, coger uno de mis escritos y guardarlo en su uniforme. Ya no me importa morir. Mientras uno solo luche en el mundo, habrá esperanza para todos.

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