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miércoles, 2 de julio de 2014

MARGOT

Margot era la mujer más guapa de nuestra calle. Vivía en la última casa, justo en la esquina. De niños, todos sin excepción, presumíamos de haberle visto las tetas. No era verdad. Las únicas tetas que habíamos visto eran las de nuestras hermanas, los que las tenían, que yo, ni eso.
Todos los días antes de ir al colegio repartía los periódicos con mi bicicleta por el barrio.
−Puñetero crío. ¿Es que nunca vas a echar el periódico en su sitio? – me gritaba Margot un día sí y otro también.
Claro que no. Yo lanzaba el periódico estratégicamente para después, antes de alejarme de su casa, ver cómo se inclinaba con aquella bata corta y casi transparente y verle lo que me parecía el culo pero que puede que no fuesen más que sus preciosos muslos.

La reconocí en seguida sobre la mesa del quirófano. Más vieja pero con las mismas curvas provocadoras de antaño. Allí estaban sus anhelados pechos, ahora pendientes de la pericia de mis enguantadas dedos.
−Hemos hecho lo que hemos podido pero estaba muy extendido – le expliqué cuando despertó horas después sin apenas atreverme a levantar los ojos del suelo.
Ella no dijo nada se limitó a mirarme con una extraña tranquilidad. Sólo cuando cerré la puerta al salir escuché que murmuraba:

−Puñetero crío…

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