¿Por qué cuando entraba en una sala, todas las miradas
se volvían hacia ella? ¿Y por qué al marcharse era como si se llevase parte del
oxígeno dejándonos a todos sin aliento? Jamás lo sabré. Ana no era guapa, ni
tenía una gran figura. Sin embargo sus ojos… Sí, creo que era en ellos donde
residía toda la magia que la envolvía. Nada turbio se reflejaba en ellos. Mirarlos era perderse en el alma
insondable y pura que era toda ella.
La mitad de los hombres de la ciudad estaban
enamorados de Ana. La otra mitad, sencillamente la deseábamos como un sueño
imposible. Y de entre todos ellos, y como si se tratase de una broma del
destino, me escogió a mí.
Sentado en la terraza de aquel café, mi chaqueta de
tweed y mi libro-escudo me aislaban de cualquier humano en varios metros a la
redonda. Excepto del que dirigiéndose a mí, me atrapó. Compartimos un croissant
y ya no pude escapar de sus ojos de agua.
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