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miércoles, 2 de julio de 2014

NADA QUE DECIR

Mordiendo la capucha del bolígrafo como cuando era estudiante, Sara se preguntó qué sería menos doloroso: el gas, las pastillas o las venas. La brisa mecía los árboles del jardín tras los cristales de su ventana y el paisaje invitaba a divagar.
¡Sara, despierta!. El jefe quiere verte  ─le gritó su compañera
El despacho era tan acogedor como el resto de las instalaciones. Todo diseñado para hacer agradable la jornada laboral.
… ─y por todo esto, la dirección ha decidido proponerte para formar parte del equipo directivo. Creemos que tu trabajo y tus últimas decisiones serán más útiles con nosotros que como coordinadora de un departamento ─le explicó el director durante una interminable perorata de diez minutos.
─Estaré encantada. Me gusta trabajar aquí y es una oportunidad única ─contestó ella sin creérselo del todo.

La música estaba algo alta y los dos Gin Tonics de la celebración comenzaban a hacer efecto.
─¡Qué tía!. Solo llevas tres años en la empresa y ya eres toda una jefaza. Esto hay que celebrarlo. Avisaré a los chicos y este finde nos hacemos una escapada a Ibiza ─dijo su mejor amiga pidiendo la tercera copa.
Aquella noche llegó a casa tan cansada que no le quedaron ganas ni de encender el ordenador y ponerse a chatear un rato con aquellos “otros amigos” a quienes ni conocía pero que de alguna manera habían llegado a formar parte de su vida. Ya se lo contaría al día siguiente.
Una vez en la cama se acordó de Mario así que se apoyó en un codo y con desgana le envió un whasapp. “Estoy muerta. ¿Nos vemos mañana? Puedes quedarte a dormir.”
Su nuevo puesto le iba como anillo al dedo. No sintió ni los nervios normales de un cambio tan radical. Y su despacho… Aquello sí que era un lujo. Música, un gran sofá donde descansar si lo necesitaba, minibar, televisión, baño propio… El teléfono interrumpió su inspección.
─Ya me lo ha contado tu hermano. Anda que me llamas, guapa. Las madres siempre somos las últimas en enterarnos de todo ─le recriminó su madre medio en broma.
─Pensaba llamarte ayer, pero llegue tarde a casa y… ─trató de disculparse.
─Ya, ya, lo de siempre. Bueno, no te llamaba solo por eso. Sabes que dentro de dos semanas es el día del padre. Tu hermano y yo hemos pensado ir a cenar a aquel restaurante tan bueno de la ciudad. Ah, y no te preocupes por el regalo, ya me encargo yo. Un beso cariño, y enhorabuena ─el clic tras la última palabra indicó a Sara que la conversación había terminado. Aquella mujer era un auténtico ciclón lleno de alegría y vitalidad.
Miró la agenda sobre su mesa colocada diligentemente en la hoja del jueves y anotó: “Comprar condones”. Sonrió pensando en qué diría el equipo directivo si viese su primera anotación.
Mario la esperaba ya en la puerta al terminar la jornada y en el camino a casa, mientras ella conducía, comenzó los preliminares que Sara adoraba y que le costó interrumpir al parar en la farmacia. No es que le gustase el chico especialmente pero había que reconocer que sabía hacer las cosas muy bien.

Al amanecer él se marchó y Sara se sentó a la mesa de la cocina desnuda y con el pelo enmarañado. Despejó todas las dudas cuando vació en su mano el frasco de somníferos y con una copa de su vino preferido los fue ingiriendo uno a uno, sin prisa. Después volvió a la cama que aún guardaba el calor y el aroma del sexo y se quedó dormida. Ni siquiera pensó en dejar una nota. Era ridículo. No había nada que explicar. Nada que decir. 

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