Vive justo en
el balcón de enfrente. No puedo evitar cada mañana al levantarme asomarme a la
ventana y sin atreverme a quitar la cortina, mirar más allá del cristal y
tratar de adivinarla a ella detrás de las cortinas de su habitación. La imagino
moviéndose entre los muebles en silencio, casi como una presencia. Estoy
obsesionado, lo confieso, no puedo apartarla de mi mente ni un segundo en todo
el día, en toda la noche.
Todo comenzó cuando se trasladaron al piso ella y su familia. Al principio pensé que todo sería escándalo. Eran un montón de niños pequeños y las casas están demasiado próximas como para que el ruido no llegue hasta la mía. Yo soy un hombre tranquilo, un hombre de hábitos. Me gusta la música moderada, la bebida moderada, la comida moderada y yo, en fin, soy moderado. Nunca digo una palabra más alta que otra. Quien me conoce lo sabe. Nunca me altero, nunca pierdo los papeles. Por eso me gusta vivir aquí. Somos pocos vecinos y la convivencia es fácil entre nosotros. Nadie se mete con nadie.
En fin, ellos llegaron y temimos lo peor. Ya se sabe, los típicos prejuicios. Que si ahora vienen cuatro y luego se traerán a toda la familia, que si viven de alquiler y meterán a todo el que quieran en el piso... Antes de conocer, juzgamos, es algo intrínseco en el ser humano, inevitable, tal vez incluso genético. El caso es que yo, en mi línea, decidí no hacer ningún comentario al respecto, y esperar.
Y todo fue bien. Los niños eran más silenciosos de lo que esperábamos. El padre salía cada mañana antes del amanecer y regresaba con la puesta de sol. Siempre correcto, sin hablar con nadie, probablemente por desconocimiento del idioma. Pero ella... Ella no salía jamás de la casa. Aquello me preocupó y suelen preocuparme pocas cosas, la verdad. Empecé a espiar, a vigilar las ventanas, las puertas, las entradas y salidas de los niños, del marido. Ella estaba allí dentro, tras aquellas paredes, como una princesa custodiada por un gran dragón. A veces creía escuchar su voz, intuía una voz cantarina y sensual cuando a media mañana yo me levantaba. Cuando el viento soplaba de poniente y sus ventanas abiertas le permitían entrar levantando levemente las cortinas, suspiraba porque ella apareciese y descubrirla por fin. Tenía que verla, tenía que verla como fuese.
Al fin, una tarde de domingo escuché a los niños más excitados que de costumbre y una palpitación me dijo que iban a salir. Me aposté tras la ventana de mi habitación, mi rincón de la casa más preciado en los últimos días y con el corazón saltándome en el pecho esperé impaciente a que saliesen. Primero los niños. Corrieron atravesando la puerta del portal entre risas y gritos. Después el marido hablando aquel lenguaje que yo no comprendía en absoluto. Detrás de él..... Ella, la cautiva. Iba oculta bajo aquel burka que la cubría de la cabeza a los pies. Apenas sus ojos se adivinaban bajo la tela tejida sobre su rostro. Sentí las lágrimas agolparse en los míos, la impotencia, la rabia. Deseé bajar y lanzarme sobre ella y liberarla de aquella jaula en la que vivía. Pero permanecí inmóvil viendo como se alejaban calle abajo, ella caminando detrás de él.
Han pasado los días y no puedo soportarlo más. Sueño con ella, la imagino en casa, sin aquella tela que la esconde, que la anula. ¿Qué ropa llevará estando en casa? ¿Cómo será su piel, su cabello, sus ojos? Quizás nunca haya sentido los rayos del sol acariciándole los brazos, ni la brisa que viene algunas tardes arrastrando gotas del mar, ese mar que yo adoro y cuyas aguas ella nunca podrá disfrutar. ¿Existes acaso cuando nadie te ve? Es un fantasma que recorre las calles del pueblo. Al principio llamaba la atención, ahora ya no. Así somos las personas, nos acostumbramos a todo, incluso a lo que nunca deberíamos acostumbrarnos y convertimos lo aberrante en normal, lo que humilla en tradición y lo que mata en inevitable.
He vendido mi piso y me voy a vivir al norte. Sé que su imagen me perseguirá siempre vaya donde vaya. Tengo la sensación de que la abandono a su suerte pero no sé qué puedo hacer. Intento pensar que ella es feliz, que puede serlo a pesar de todo. No he podido encontrar nada reprochable en su marido. Seguramente la quiere, seguramente es cariñoso con ella. A veces les veo a través de las cortinas, la escucho reír, su risa es música. Si no me marcho acabaré matándole, lo sé. Y yo no soy así, soy un hombre tranquilo, que nunca se mete con nadie.
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