“Dicen que cuando vas a morir lo sientes. Yo saqué mi
última carta y en ese instante supe, que iba a morir.” Todo había comenzado
hacía apenas dos días. Los últimos dos días de mi vida.
…
Los comienzos en aquella tierra salvaje y extraña no habían sido fáciles. Pero todos los que habíamos llegado hasta allí atravesando el desierto, sin apenas dormir ni comer y con el peligro constante de ser atacados por los indios parecíamos unidos de una manera especial. Todos disponíamos de un pedazo de tierra que levantar con nuestras propias manos y la esperanza nos impulsaba a luchar contra cualquier peligro.
- Estoy embarazada – dijo Sylvia con lágrimas en los ojos.
Me resultó difícil reaccionar ante semejante noticia. Por supuesto que deseaba tener un hijo pero ¿justo en aquel momento? No teníamos nada salvo nuestras manos y nuestra juventud para salir adelante. Sylvia había sido muy valiente al dejarlo todo atrás y partir conmigo hacia aquella aventura y yo me había prometido a mí mismo que le haría feliz, que le construiría un futuro.
- Todo saldrá bien, no te preocupes. Tendremos un hijo sano que se criará en una tierra fértil – le dije tratando de creer mis propias palabras.
Y comencé a trabajar duro por ellos dos. Muchas veces ni me acostaba y el amanecer llegaba trabajando en aquella casa que sería nuestro hogar. En la ciudad que poco a poco se iba levantando a unos kilómetros de nuestra tierra me prestaba para cualquier trabajo que pudiese aportarme unos dólares y veía con esperanza cómo nuestra cuenta en el improvisado banco iba aumentando poco a poco.
- Estoy gorda – me había dicho Sylvia aquella noche cuando al fin me acosté agotado a su lado.
- Estás preciosa – le dije yo besándola.
Su avanzado embarazo no le impedía trabajar duramente en el campo y en la casa. Era una mujer extraordinaria y yo me sentía un hombre afortunado. No importaba que en aquel momento me doliesen todos los músculos del cuerpo, la tenía a mi lado y cualquier esfuerzo merecía la pena.
…
- Muchacho, has cometido un terrible error – anunció el vaquero medio borracho que se hallaba sentado frente a mí y cuyos dedos rozaban ligeramente el revólver de su costado.
Ni siquiera parpadeé. Le miré a los ojos retándole a hacer lo que sin duda el hombre pensaba y con una única frase me sentencié.
- ¿Me estás llamando tramposo? – le pregunté.
La bala cruzó los dos metros que nos separaban tan deprisa que no tuve tiempo de pensar en nada. Cerré los ojos y dejé que se incrustase en mi pecho. En la boca saboreé el último trago de whisky que me había dado el valor necesario para ir en busca de la muerte y me desplomé sobre la mesa y los naipes.
- Nadie le hace trampas al gran Joe – gritó el bravucón saliendo de la cantina.
- Sacad ese cuerpo de aquí – bramó el barman irritado.
Entre varios hombres me arrastraron fuera.
- Pobre muchacho, llevaba tiempo buscándose esto – dijo uno de ellos.
- Sí, desde hace dos días es como si ya estuviese muerto. Lo que le ocurrió fue horrible. Llegó a su granja y los indios habían matado a su mujer salvajemente.
- Horrible, sí. Dicen que estaba embarazada
Dejaron mi cuerpo en la improvisada sala en la que otras pobres víctimas de aquella tierra yacían a la espera de ser sepultados y se marcharon. Sylvia, sólo dos mesas más allá se encontraba cubierta por una sábana. Su cuerpo destrozado dibujaba el perfil de un embarazo que ya no se produciría. Ambos habíamos jugado nuestra última carta y habíamos perdido.
…
Los comienzos en aquella tierra salvaje y extraña no habían sido fáciles. Pero todos los que habíamos llegado hasta allí atravesando el desierto, sin apenas dormir ni comer y con el peligro constante de ser atacados por los indios parecíamos unidos de una manera especial. Todos disponíamos de un pedazo de tierra que levantar con nuestras propias manos y la esperanza nos impulsaba a luchar contra cualquier peligro.
- Estoy embarazada – dijo Sylvia con lágrimas en los ojos.
Me resultó difícil reaccionar ante semejante noticia. Por supuesto que deseaba tener un hijo pero ¿justo en aquel momento? No teníamos nada salvo nuestras manos y nuestra juventud para salir adelante. Sylvia había sido muy valiente al dejarlo todo atrás y partir conmigo hacia aquella aventura y yo me había prometido a mí mismo que le haría feliz, que le construiría un futuro.
- Todo saldrá bien, no te preocupes. Tendremos un hijo sano que se criará en una tierra fértil – le dije tratando de creer mis propias palabras.
Y comencé a trabajar duro por ellos dos. Muchas veces ni me acostaba y el amanecer llegaba trabajando en aquella casa que sería nuestro hogar. En la ciudad que poco a poco se iba levantando a unos kilómetros de nuestra tierra me prestaba para cualquier trabajo que pudiese aportarme unos dólares y veía con esperanza cómo nuestra cuenta en el improvisado banco iba aumentando poco a poco.
- Estoy gorda – me había dicho Sylvia aquella noche cuando al fin me acosté agotado a su lado.
- Estás preciosa – le dije yo besándola.
Su avanzado embarazo no le impedía trabajar duramente en el campo y en la casa. Era una mujer extraordinaria y yo me sentía un hombre afortunado. No importaba que en aquel momento me doliesen todos los músculos del cuerpo, la tenía a mi lado y cualquier esfuerzo merecía la pena.
…
- Muchacho, has cometido un terrible error – anunció el vaquero medio borracho que se hallaba sentado frente a mí y cuyos dedos rozaban ligeramente el revólver de su costado.
Ni siquiera parpadeé. Le miré a los ojos retándole a hacer lo que sin duda el hombre pensaba y con una única frase me sentencié.
- ¿Me estás llamando tramposo? – le pregunté.
La bala cruzó los dos metros que nos separaban tan deprisa que no tuve tiempo de pensar en nada. Cerré los ojos y dejé que se incrustase en mi pecho. En la boca saboreé el último trago de whisky que me había dado el valor necesario para ir en busca de la muerte y me desplomé sobre la mesa y los naipes.
- Nadie le hace trampas al gran Joe – gritó el bravucón saliendo de la cantina.
- Sacad ese cuerpo de aquí – bramó el barman irritado.
Entre varios hombres me arrastraron fuera.
- Pobre muchacho, llevaba tiempo buscándose esto – dijo uno de ellos.
- Sí, desde hace dos días es como si ya estuviese muerto. Lo que le ocurrió fue horrible. Llegó a su granja y los indios habían matado a su mujer salvajemente.
- Horrible, sí. Dicen que estaba embarazada
Dejaron mi cuerpo en la improvisada sala en la que otras pobres víctimas de aquella tierra yacían a la espera de ser sepultados y se marcharon. Sylvia, sólo dos mesas más allá se encontraba cubierta por una sábana. Su cuerpo destrozado dibujaba el perfil de un embarazo que ya no se produciría. Ambos habíamos jugado nuestra última carta y habíamos perdido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario