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miércoles, 2 de julio de 2014

AULLANDO A LA LUNA

Acababa de soñar de nuevo con ella y una noche más despertó empapado en sudor, temblando como un niño, con el sabor de su sangre en su boca. Pasó la lengua por sus labios pero sólo sintió el salado de su propia piel. No podía seguir así. Vivía hechizado por sus ojos de almendra, su cabello de brisa marina y su piel de marfil. Cuando pensaba en ella todo su cuerpo se estremecía y no imaginaba, como los jóvenes enamorados, en una cita bajo las estrellas, ni en tomar sus manos, ni en besarla sin fin. No, él la estrechaba entre sus brazos, le arrancaba la ropa y clavaba sus dientes en aquella piel blanca que sangraba con facilidad. Entonces podía escuchar sus gritos pidiendo clemencia, una clemencia que sólo la negra noche escuchaba y que él no atendía. Sin oír a sus súplicas devoraba sus besos, aspiraba su aliento y se embriagaba con el aroma que cada poro de su cuerpo emanaba volviéndole loco.
Sentado en el alféizar de la ventana esperó a que sus ojos se acostumbrasen a la oscuridad que invadía el cuarto y al cabo de unos segundos, al fin, distinguió su figura enredada entre las blancas sábanas, casi confundiéndose con ellas. Casi, porque podía distinguir con absoluta claridad cada curva, cada sombra, cada leve movimiento de su pecho al compás de su respiración. Cerró los ojos y aspiró el aire como un animal salvaje en busca de su presa.
No tuvo tiempo de abrirlos cuando se sintió sorprendido por ella que en un salto apenas perceptible le derribó sobre el suelo poniéndose sobre él. Quiso gritar pero la boca de la mujer se lo impidió. Sintió que le mordía los labios, la lengua, sintió que su ropa era arrancada con furia y que su cuerpo rebotaba sobre suelo sacudido por cada ataque de la mujer. La sangre comenzó a manar por la comisura de sus labios y sintió unas uñas clavarse en su torso. Aulló de dolor y de rabia. ¡No, así no debía ser, así no debía ser!
Trató de resistirse pero su cuerpo parecía dominado no ya por una fuerza descomunal sino por un poder superior a la fortaleza que atrapaba todos sus deseos, todos sus instintos, impidiéndole ser consciente de sus propios actos.
La mujer abandonó su boca para partir a la conquista de su pecho. Ya ni siquiera podía gritar, apenas gemir y débilmente agitarse entre sus brazos. Sintió sus dientes por todo el cuerpo, la sangre derramándose sobre el suelo frío que le acogía. Poco a poco fue sintiendo que las fuerzas le abandonaban y pensó si aquello no sería un sueño, como tantos otros anteriores. Imaginó que despertaría sólo, en su cama, ansiándola a ella a su lado. Abrió los ojos desmesuradamente y se perdió en los de ella, en su boca rojiza y en su extraña sonrisa. La mujer sacó la lengua y la pasó por sus labios empapándolos del líquido rojo. Fue lo último que él vio antes de expirar.
La esbelta silueta, desnuda y bañado su cuerpo por la luz de la luna se incorporó jadeante mirando el cuerpo a sus pies. Después puso su mano derecha sobre el pecho del hombre e introduciendo sus dedos en la piel avanzó implacable hasta el corazón para arrancarlo segundos después. Lo devoró allí mismo, sobre el hombre, chorreando la propia sangre sobre él.
- Yo sólo quiero un poco de amor. ¿Por qué todos os empeñáis en que os devore? – murmuró arrojando los restos sobre él.
Después se asomó a la ventana y aulló a la luna, único testigo de su deseo insaciable de amar.

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