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miércoles, 2 de julio de 2014

PIENSO QUE PENSÉ

Camino por la calle mientras pienso que esto ya lo he vivido, ya he caminado por calles y ya he pensado antes que ya lo había vivido. Recojo mis pasos y los guardo a la vista de los transeúntes que me vigilan sin verme. Me conocen y saben que soy una desconocida así que giran la cara y miran a la pared para no encontrarse con mis ojos. Yo los encuentro. Encuentro sus ojos de cristales de colores que giran y giran sin detenerse en nada durante más de un segundo. No es necesario, no es preciso detenerse para ver, porque los que te ven son los que te miran, y si no, no hay nada que ver.

En mi casa es más de lo mismo, más de nada, más de todo. Muebles que crujen imitando sonidos de las personas que los tocaron alguna vez. Pero están vacíos, por eso crujen, porque se les encoje el estómago al saber que no volverán a ser tocados y gimen implorando una caricia que arranque de ellos el polvo que los oculta. No quieren ser tocados, ni limpiados, ni mirados. Ya no. Mejor prender una cerilla cuya llama consuma todo, presente y pasado, pasado y futuro. Todo consumido por llamas que eleven sus quejidos al cielo que las contempla y no reciban respuesta.

Abro una ventana y dejo que entre el sol e ilumine la oscuridad. Vivir en la oscuridad y morir en la luz. No hay un camino cierto, todo son pisadas, unas detrás de otras, unas encima de otras. Imitamos, copiamos, caminamos. Si cierro los ojos sigo sintiendo su calor, sé que está ahí aunque no lo vea. No quiero abrirlos para no equivocarme, prefiero seguir creyendo que está ahí a pensar que va a desaparecer. Todo desaparece, nada permanece para siempre. Todo se muda, se aleja, se muere.

Me dejo caer en la cama y las sábanas abrazan mi cuerpo ya marchito. Comenzó a marchitarse un día en que se le pudrieron las entrañas. No hay manera ya de rescatarlo del abismo. Cada día cae un poco más y nadie sabe cuando tocará el fondo o si ya lo tocó y simplemente reposa en un lecho de podredumbre y miseria. Las paredes se acercan a la cama con cien ojos, bocas, brazos y piernas. Quieren devorar lo que queda de mí, el esqueleto de lo que una vez un cuerpo, un ser.

Me encojo aún más, con los huesos clavándose en mi carne, aprieto con más fuerza los ojos para no ver dentro de mí siquiera, para no pensar que una vez más, esto ya lo he vivido, que ya antes de hoy, un día cualquiera, pensé que pensaba, que esto, ya lo había vivido. Y desaparezco.

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