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miércoles, 2 de julio de 2014

LA CICATRIZ

Roberto despertó con un sabor amargo en la boca y los ojos hinchados. Levantándose con dificultad abrió la ventana para tratar de respirar un poco de aire fresco. Cogiendo la botella medio vacía del suelo echó un trago. Cuando el whisky le llegó al estómago se sintió mejor. La cabeza despejada y el cuerpo ligero. Se puso los pantalones que hacía unas horas había tirado en un rincón y una camiseta arrugada que había a los pies de la cama y salió después de coger de nuevo la botella y beber hasta apurarla.

Dio un portazo y bajó las escaleras aún algo mareado, y en el portal, antes de salir a la calle, escupió en el suelo.

- ¡Desgraciado! – murmuró la vecina cuya misión en el vida era estar pegada a la mirilla observando quien entraba y quien salía

- ¡Puta! – dijo él antes de golpear con fuerza la puerta del portal

El aire frío de la noche le golpeó en el rostro. Tenía los miembros entumecidos y necesitaba una copa. La cicatriz le dolía, el tiempo iba a cambiar. Caminó directo hacia el puerto, ya pillaría una botella a la vuelta, no quería llegar tarde. La mejor mercancía se la llevaban los primeros.

- Hola guapo, ¿te espero esta noche? – le dijo una rubia excesivamente maquillada y con una diminuta falda que acorde con el sujetador no dejaba demasiado a la imaginación.

La chica que no tendría más de diecisiete años se enganchó a él y sus manos treparon por su entrepierna a velocidad de vértigo.

- Déjame, tengo cosas que hacer – dijo el chico despegándosela como pudo.

La dejó mascullando y protestando y al girar la esquina encontró a su proveedor.

- Hoy tengo poca cosa, lo siento, la crisis, ya sabes, todos la sufrimos – le dijo el tipo pasándole un paquete.

- ¿Qué carajo es esto? No tendré ni para pagar la pensión. Cada día me pasáis menos – protestó el chico al coger el paquete.

- Es lo que hay chaval, lo tomas o lo dejas – gritó el otro sin ganas de muchas broncas

Roberto pagó la mercancía y se alejó malhumorado. Un segundo después tenía a la chica de nuevo pegada a su cuerpo.

- Quita, hoy no tengo nada para ti. A no ser que me hagas un precio de amigo...

- Vete a la mierda mamón – le dijo ella alejándose de él como si de repente fuese un apestado.

Empezaba a hacer frío de verdad y al pasar por el callejón vio un bidón de acero encendido. Se acercó a calentarse las manos. Malditos, le pasaban una miseria. ¿Cómo pretendían que él sacase algo con tan poca cosa? En fin, ya que era poco, la probaría. Es lo menos que se merecía. Se sentó en un rincón y puso un poco de polvo blanco sobre una envoltura de chicle. Aspiró con fuerza y las sienes le martillearon como se le fuesen a estallar. La cicatriz volvió a dolerle. Aquel era su único recuerdo familiar, una ceja rota, la firma de la última paliza paterna. Se tumbó sobre un montón de cartones. Con trece años había decidido que sería la última y con la cara ensangrentada había salido a buscarse la vida. Aún no la había encontrado.

La última convulsión se convirtió en un espasmo que le hizo sentir mil puñales clavados por todo el cuerpo. Puta vida.


(...)
- Varón, veinte años, sobredosis de cocaína posiblemente adulterada – dijo el forense hablando a una máquina mientras cubría el cuerpo con una sábana. – Otro crío – añadió – puta vida-

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