Mordiendo la capucha del
bolígrafo como cuando era estudiante, Sara se preguntó qué sería menos
doloroso: el gas, las pastillas o las venas. La brisa mecía los árboles del
jardín tras los cristales de su ventana y el paisaje invitaba a divagar.
─¡Sara, despierta!. El jefe quiere verte ─le gritó su compañera
El despacho era tan acogedor como el resto de
las instalaciones. Todo diseñado para hacer agradable la jornada laboral.
… ─y por todo esto, la dirección ha decidido
proponerte para formar parte del equipo directivo. Creemos que tu trabajo y tus
últimas decisiones serán más útiles con nosotros que como coordinadora de un
departamento ─le explicó el director durante una interminable perorata de diez
minutos.
─Estaré encantada. Me gusta trabajar aquí y es
una oportunidad única ─contestó ella sin creérselo del todo.
La música estaba algo alta y los dos Gin
Tonics de la celebración comenzaban a hacer efecto.
─¡Qué tía!. Solo llevas tres años en la
empresa y ya eres toda una jefaza. Esto hay que celebrarlo. Avisaré a los
chicos y este finde nos hacemos una escapada a Ibiza ─dijo su mejor amiga
pidiendo la tercera copa.
Aquella noche llegó a casa tan cansada que no
le quedaron ganas ni de encender el ordenador y ponerse a chatear un rato con
aquellos “otros amigos” a quienes ni conocía pero que de alguna manera habían
llegado a formar parte de su vida. Ya se lo contaría al día siguiente.
Una vez en la cama se acordó de Mario así que
se apoyó en un codo y con desgana le envió un whasapp. “Estoy muerta. ¿Nos
vemos mañana? Puedes quedarte a dormir.”
Su nuevo puesto le iba como anillo al dedo. No
sintió ni los nervios normales de un cambio tan radical. Y su despacho… Aquello
sí que era un lujo. Música, un gran sofá donde descansar si lo necesitaba,
minibar, televisión, baño propio… El teléfono interrumpió su inspección.
─Ya me lo ha contado tu hermano. Anda que me
llamas, guapa. Las madres siempre somos las últimas en enterarnos de todo ─le
recriminó su madre medio en broma.
─Pensaba llamarte ayer, pero llegue tarde a
casa y… ─trató de disculparse.
─Ya, ya, lo de siempre. Bueno, no te llamaba
solo por eso. Sabes que dentro de dos semanas es el día del padre. Tu hermano y
yo hemos pensado ir a cenar a aquel restaurante tan bueno de la ciudad. Ah, y
no te preocupes por el regalo, ya me encargo yo. Un beso cariño, y enhorabuena
─el clic tras la última palabra indicó a Sara que la conversación había
terminado. Aquella mujer era un auténtico ciclón lleno de alegría y vitalidad.
Miró la agenda sobre su mesa colocada
diligentemente en la hoja del jueves y anotó: “Comprar condones”. Sonrió
pensando en qué diría el equipo directivo si viese su primera anotación.
Mario la esperaba ya en la puerta al terminar
la jornada y en el camino a casa, mientras ella conducía, comenzó los
preliminares que Sara adoraba y que le costó interrumpir al parar en la
farmacia. No es que le gustase el chico especialmente pero había que reconocer
que sabía hacer las cosas muy bien.
Al amanecer él se marchó y Sara se sentó a la
mesa de la cocina desnuda y con el pelo enmarañado. Despejó todas las dudas
cuando vació en su mano el frasco de somníferos y con una copa de su vino
preferido los fue ingiriendo uno a uno, sin prisa. Después volvió a la cama que
aún guardaba el calor y el aroma del sexo y se quedó dormida. Ni siquiera pensó
en dejar una nota. Era ridículo. No había nada que explicar. Nada que decir.