Llevaba casi
media hora siguiéndole por las calles de la ciudad. A pesar de que había poca
gente él no parecía haberse percatado de su presencia y caminaba embutido en su
abrigo negro, mirando al suelo con el sombrero calado tratando de protegerle de
la ligera lluvia que comenzaba a caer. Ella avanzaba unos metros por detrás. La
cazadora de cuero rojo no era suficiente para evitar que el frío atravesase el
vestido mínimo que la cubría y los zapatos de tacón empezaban a hacerle daño.
Apretó el arma dentro del bolsillo y trató de que sus pasos fuesen más
silenciosos.
Por fin el
hombre se decidió a entrar en un bar con unas inconfundibles luces de neón
sobre la puerta y la mujer entró apenas unos minutos después. Varias cabezas se
giraron cuando lo hizo y eso la estremeció. Rápidamente le localizó al final de
la barra con un vaso en la mano. Se había quitado el sombrero pero seguía con
el abrigo puesto. Se dirigió hacia él con decisión y apoyando los codos en la
barra preguntó:
─¿Qué bebes?
¿Puedo acompañarte?
El la miró con
indiferencia exhalando el humo de un cigarrillo recién encendido por la nariz.
─Ballantines
La extraña le
quitó el cigarrillo de entre los dedos y lo puso en sus labios aspirando
profundamente. Cuando se lo devolvió, una marca roja se dibujaba en el papel.
El camarero le
trajo su copa después de ver el gesto del hombre indicándole que le pusiese lo
mismo y al hacerlo no pudo evitar que sus ojos se dirigiesen al escote de la
mujer. Seguramente pensó que aquel tío era muy afortunado. Ambos bebieron
mientras ella se sentaba en un taburete y abría las piernas en dirección hacia
él.
─Te mandan
ellos, ¿verdad? En cierto sentido me siento aliviado. Casi me alegro de que por
fin termine todo. ¿Cómo lo harás?
La mujer llevó
la mano al bolsillo y rozó el arma.
─Nunca pensé que
sería una mujer. No me entiendas mal. Una mujer puede ser tan buen asesino
profesional como un hombre pero he de admitir que me siento algo dolido. ¿Es
una magnum 44? –preguntó de repente, como si aquella información fuese muy
importante
Ella asintió y
bebió otro trago de whisky. De nuevo le quitó el cigarrillo y lo apuró
aplastando después la colilla en el cenicero.
Deberíamos irnos
ya. Confío en que no me crearás complicaciones –le dijo apurando su bebida
El hombre
suspiró e hizo lo mismo. Ojalá hubiese estado borracho. Pagando la cuenta se
puso el sombrero y se dirigió hacia la puerta seguido muy de cerca por ella.
Varias miradas envidiosas les vieron dejar el bar imaginando la siguiente
escena.
─Ve hacia el
callejón de la izquierda –dijo ella sacando por fin el arma del bolsillo y
clavándoselo en los riñones
El hombre
obedeció resignado. Una vez en la oscuridad ella le empujó contra la pared
haciendo que diese con la espalda en ella. Después puso el cañón sobre su sien
y acercándose más rozó su boca con los labios para posteriormente besarle
apasionadamente. Por fin, con la mano izquierda comenzó a desabrochar el
cinturón de su pantalón…
─Me ha encantado
tu disfraz. ¿De dónde has sacado ese vestido tan sexy? –dijo el hombre apoyado
sobre el codo y apartando las sábanas que cubrían el cuerpo de la mujer
─El toque del
sombrero tampoco ha estado mal. Me costó no lanzarme en tus brazos cuando te
seguía por las calles –contestó ella
Ambos se rieron
y rodaron por la cama hasta que el hombre quedó sobre ella
─Era de mi
abuelo. He pensado que la semana que viene podríamos ser dos extraños en un
tren. ¿Qué te parece?
─Creo que Hitchcock se merece un homenaje. Y ahora, ¿te
quedan balas en la recámara?