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miércoles, 2 de julio de 2014

OJOS DE AGUA

¿Por qué cuando entraba en una sala, todas las miradas se volvían hacia ella? ¿Y por qué al marcharse era como si se llevase parte del oxígeno dejándonos a todos sin aliento? Jamás lo sabré. Ana no era guapa, ni tenía una gran figura. Sin embargo sus ojos… Sí, creo que era en ellos donde residía toda la magia que la envolvía. Nada turbio se reflejaba  en ellos. Mirarlos era perderse en el alma insondable y pura que era toda ella.
La mitad de los hombres de la ciudad estaban enamorados de Ana. La otra mitad, sencillamente la deseábamos como un sueño imposible. Y de entre todos ellos, y como si se tratase de una broma del destino, me escogió a mí.

Sentado en la terraza de aquel café, mi chaqueta de tweed y mi libro-escudo me aislaban de cualquier humano en varios metros a la redonda. Excepto del que dirigiéndose a mí, me atrapó. Compartimos un croissant y ya no pude escapar de sus ojos de agua.

Y AL FINAL EL SILENCIO

Quería explicarle muchas cosas. Sí, había ido hasta allí a decírselo todo de una vez. Pero ahora se encontraba como siempre, en el viaje intermedio entre la realidad y la niebla con olor a hierba que aturdía sus sentidos y enmudecía su torpe lengua. Cogió la cerveza y echó otro largo sorbo que sólo logró amargarle más el aliento y la sangre. Ella le pasó apenas una colilla y sus dedos se rozaron al hacer la cesión. En el papel oscurecido vio la marca del carmín rojo que colocó sobre sus labios haciendo que coincidieran con ella. Aspiró profundamente. Aquel gesto sería lo más cerca que estaría de ellos.
He conocido a alguien – musitó ella pronunciando las malditas y siempre temidas palabras.

“Te amo”, calló él cerrando de nuevo los ojos y pasando la lengua sobre sus labios para sentir los restos de aquel beso irreal.

LA NOCHE SIN LAMENTOS

Todo lo no dicho, y lo no pensado,
lo que nunca hice y jamás soñé
Marcaron mi pasado y escribieron un futuro ignoto
Cuando las preguntas dejen de importar
y la oscuridad se rasgue en mil pedazos,
los malditos y benditos mezclarán sus alientos
ni mentiras ni verdades sentenciarán la vida.
Porque ha de llegar el día de los justos,
la noche sin lamentos
Porque ha de existir un centro,
un punto de gravedad cero

en el que encontrarse, para siempre.

MARGOT

Margot era la mujer más guapa de nuestra calle. Vivía en la última casa, justo en la esquina. De niños, todos sin excepción, presumíamos de haberle visto las tetas. No era verdad. Las únicas tetas que habíamos visto eran las de nuestras hermanas, los que las tenían, que yo, ni eso.
Todos los días antes de ir al colegio repartía los periódicos con mi bicicleta por el barrio.
−Puñetero crío. ¿Es que nunca vas a echar el periódico en su sitio? – me gritaba Margot un día sí y otro también.
Claro que no. Yo lanzaba el periódico estratégicamente para después, antes de alejarme de su casa, ver cómo se inclinaba con aquella bata corta y casi transparente y verle lo que me parecía el culo pero que puede que no fuesen más que sus preciosos muslos.

La reconocí en seguida sobre la mesa del quirófano. Más vieja pero con las mismas curvas provocadoras de antaño. Allí estaban sus anhelados pechos, ahora pendientes de la pericia de mis enguantadas dedos.
−Hemos hecho lo que hemos podido pero estaba muy extendido – le expliqué cuando despertó horas después sin apenas atreverme a levantar los ojos del suelo.
Ella no dijo nada se limitó a mirarme con una extraña tranquilidad. Sólo cuando cerré la puerta al salir escuché que murmuraba:

−Puñetero crío…

BALAS EN LA RECÁMARA


Llevaba casi media hora siguiéndole por las calles de la ciudad. A pesar de que había poca gente él no parecía haberse percatado de su presencia y caminaba embutido en su abrigo negro, mirando al suelo con el sombrero calado tratando de protegerle de la ligera lluvia que comenzaba a caer. Ella avanzaba unos metros por detrás. La cazadora de cuero rojo no era suficiente para evitar que el frío atravesase el vestido mínimo que la cubría y los zapatos de tacón empezaban a hacerle daño. Apretó el arma dentro del bolsillo y trató de que sus pasos fuesen más silenciosos.
Por fin el hombre se decidió a entrar en un bar con unas inconfundibles luces de neón sobre la puerta y la mujer entró apenas unos minutos después. Varias cabezas se giraron cuando lo hizo y eso la estremeció. Rápidamente le localizó al final de la barra con un vaso en la mano. Se había quitado el sombrero pero seguía con el abrigo puesto. Se dirigió hacia él con decisión y apoyando los codos en la barra preguntó:
¿Qué bebes? ¿Puedo acompañarte?
El la miró con indiferencia exhalando el humo de un cigarrillo recién encendido por la nariz.
─Ballantines
La extraña le quitó el cigarrillo de entre los dedos y lo puso en sus labios aspirando profundamente. Cuando se lo devolvió, una marca roja se dibujaba en el papel.
El camarero le trajo su copa después de ver el gesto del hombre indicándole que le pusiese lo mismo y al hacerlo no pudo evitar que sus ojos se dirigiesen al escote de la mujer. Seguramente pensó que aquel tío era muy afortunado. Ambos bebieron mientras ella se sentaba en un taburete y abría las piernas en dirección hacia él.
─Te mandan ellos, ¿verdad? En cierto sentido me siento aliviado. Casi me alegro de que por fin termine todo. ¿Cómo lo harás?
La mujer llevó la mano al bolsillo y rozó el arma.
─Nunca pensé que sería una mujer. No me entiendas mal. Una mujer puede ser tan buen asesino profesional como un hombre pero he de admitir que me siento algo dolido. ¿Es una magnum 44? –preguntó de repente, como si aquella información fuese muy importante
Ella asintió y bebió otro trago de whisky. De nuevo le quitó el cigarrillo y lo apuró aplastando después la colilla en el cenicero.
Deberíamos irnos ya. Confío en que no me crearás complicaciones –le dijo  apurando su bebida
El hombre suspiró e hizo lo mismo. Ojalá hubiese estado borracho. Pagando la cuenta se puso el sombrero y se dirigió hacia la puerta seguido muy de cerca por ella. Varias miradas envidiosas les vieron dejar el bar imaginando la siguiente escena.
─Ve hacia el callejón de la izquierda –dijo ella sacando por fin el arma del bolsillo y clavándoselo en los riñones
El hombre obedeció resignado. Una vez en la oscuridad ella le empujó contra la pared haciendo que diese con la espalda en ella. Después puso el cañón sobre su sien y acercándose más rozó su boca con los labios para posteriormente besarle apasionadamente. Por fin, con la mano izquierda comenzó a desabrochar el cinturón de su pantalón…

─Me ha encantado tu disfraz. ¿De dónde has sacado ese vestido tan sexy? –dijo el hombre apoyado sobre el codo y apartando las sábanas que cubrían el cuerpo de la mujer
─El toque del sombrero tampoco ha estado mal. Me costó no lanzarme en tus brazos cuando te seguía por las calles –contestó ella
Ambos se rieron y rodaron por la cama hasta que el hombre quedó sobre ella
─Era de mi abuelo. He pensado que la semana que viene podríamos ser dos extraños en un tren. ¿Qué te parece?

─Creo que Hitchcock se merece un homenaje. Y ahora, ¿te quedan balas en la recámara?

LA ALDEA